Si hay algo que jamás se le podrá perdonar al ser humano, algo que quedará como un estigma duradero en nuestra historia como especie, es el hecho de haber creado un Dios para apoyarnos en él.
No concibo mayor acto de cobardía que el hecho de creer en Dios. Es un hecho de despreocupación hacia nuestra vida. Es un dejarse llevar por los demás. Es una negación a la esencia misma del ser humano, que nos llama a ser dueños y señores de cada paso que damos. Es la moralidad de la oveja, que necesita que la apedreen y que la castiguen por cada paso que da. Es el pensamiento del no-pensamiento. Es el hecho de apoyar nuestra vida en una nube creada por nosotros mismos para no preocuparnos. En resumen, creer en Dios es la negación absoluta hacia la vida como seres dignos, la negación a una vida completa en todos los sentidos, la negación a tener personalidad frente al mundo.
Hoy propongo un ejercicio a todo aquel que sea creyente: pregúntate, por un momento, por qué crees en Dios. ¿Es por una inspiración divina? ¿O es porque tus padres desde que naciste te ponian las manos en posición de súplica y una oración en los labios? ¿O es por miedo a que no haya algo que controle cada paso que das, por miedo a que no haya un "padre" divino que todo lo juzgue y lo encamine? ¿O es porque todo el mundo lo hace y si todo el mundo lo hace habrá algo de razón?
Ser creyente es el acto mas ilógico que se puede ejercer en nuestra vida ya que no sólo hay miles de pruebas de que Dios no existe (¡ la ausencia de pruebas en una prueba en sí misma!) sino que la razón misma nos avisa de que eso que pensamos no está bien, de que es una contradicción natural del pensamiento lógico.
No pretendo con esta reflexión insultar ni molestar a nadie, sólo incentivar un tipo de pensamiento. Como dijo el gran maestro: el deseo de estar apegados a Dios es el mismo deseo del niño de estar pegado al pezón de su madre, debemos superarlo.