Normalmente hay dos posturas diferentes en cuanto a la felicidad. Una de ellas es la felicidad como estado, y la otra, como fin o meta.

La felicidad como estado tiene muchos caminos: unos llegan a ella a través del trabajo, por lo tanto, la felicidad sería mantenerse en lo más alto de la escala laboral; otros, a través de la fe, y la felicidad se convierte en el estado de gracia con dicha fe; otros la ven como el momento en el que no hay sufrimiento o dolor. Todas estas posturas conllevan que la felicidad se puede mantener durante un largo periodo de tiempo, relativamente, y el dolor sería algo a evitar, o de lo que huir.

La felicidad como meta se consigue de forma diferente, es algo a lo que se aspira al final de un camino muy largo o simplemente en momentos puntuales. Esta forma de alcanzar la felicidad implica que estamos inmersos en un mar de sufrimiento y dolor y que la felicidad es un estado puntual en el que el dolor desaparece.

Desde muy joven me he preguntado cuál es la felicidad verdadera: si es un estado, un momento o una mezcla de las dos. También pensaba mucho acerca de si todos tenemos una felicidad parecida, si unos son más felices que otros porque su vida es mejor o si simplemente se trata de un asunto de quien aspira a     más felicidad o no se conforma con poca. Otra cosa que me pregunto es si la felicidad se puede medir. Muchas veces se dice la frase: “Es el día más feliz de mi vida”, o, “es el peor día de mi vida”. ¿Se pueden comparar los distintos momentos de felicidad de nuestra vida? También pienso que, si en un momento dado eres inmensamente feliz pero después al recordar ese momento (por varias causas como que una persona que haya compartido ese momento nos haya traicionado o algo por el estilo) dejas de ser feliz, ¿sigue siendo feliz ese momento?

Otro punto que me atormenta es: ¿está bien querer inculcarles a los demás nuestra felicidad? Está muy claro que la felicidad es algo tremendamente  personal e individual pero a veces es inevitable intentar contagiar a las personas que amamos de aquello que nos produce placer, de forma que ellos también se sientan bien y nosotros sentirnos bien con nosotros mismos.

La idea a lo que me lleva todo este pensamiento es: no tienen ningún sentido reflexionar sobre la felicidad. Sea un estado, una etapa o lo que sea. Lo único que cabe es disfrutarlo. Da igual que la persona de al lado pueda ser feliz de forma diferente a la tuya  lo importante es que los dos seáis felices, lo demás es totalmente superfluo. Es por eso que desde mi posición quiero criticar a todos aquellos que viven tratando de inculcar a los demás su propia felicidad. Por favor, compartid vuestra felicidad con el mundo, pero no impongáis al mundo vuestra felicidad.

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