Hoy amigos sigo compartiendo entradas antiguas con vosotros, esta vez sobre los libros.


Hoy he oído decir a una persona, que los libros valen demasiado, que son muy caros y que mucho no merecen la pena. Y pensando en esto me ha venido a la cabeza en lo absurdo que es ponerle precio a un libro. Yo estoy de acuerdo en que hay libros que no merecen la pena, pero hay otros que por mucho que lo intento es inconcebible para mí ponerles precio. Ya sé que el papel, la tinta, las ilustraciones y la publicidad valen dinero, pero eso solo es algo simbólico ¿Se le puede poner precio a la ilusión de un escritor por su obra? ¿A las enseñanzas de un maestro plasmadas para siempre en papel y tinta? ¿Pondrías precio a la sensación de empezar un libro, cuando empiezas la primera página? ¿Pondrías precio a la soledad profunda y dolorosa que sentimos todos cuando se acaba y todas las aventuras y compañeros hechos por el camino se acaban?... yo no podría amigos.
    
Yo tengo libros como “Así habló Zaratustra” o “ La historia Interminable” que para mí son como mis mejores amigos y seguro que todos tenemos algún libro así en nuestras estanterías, ya sea el libro con el que más hemos llorado, con el que más hemos aprendido o el que nos leía nuestra madre antes de dormir cuando éramos pequeños. A lo que quiero llegar amigos es que no podemos tratar a los libros como cualquier otro objeto, son especiales, transportan lo más característico de nosotros mismos, la sabiduría, la aventura, el dolor, el amor… Así que yo os invito ahora mismo que vayáis a vuestra estantería, cojáis vuestro libro favorito, lo abráis, y recordéis los buenos momentos que os dado ese libro y quizá por un segundo, solo por un segundo al menos, podáis pensar que lo que tenéis es vuestras manos es infinitamente más que papel y tinta, es también, parte de vosotros mismos.

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