Hoy quiero compartir un fragmento de uno de mis libros favoritos, El paraíso perdido, de John Milton. Me parece realmente maravilloso que después de miles de años de censura y opresión aun queden retazos de una mitología tan bonita. Este fragmento pertenece a cuando Lucifer escapa del infierno y se sienta mirando hacia el Edén:
Tú, que de excelsa gloria coronado
Pareces desde tu único dominio
El dios de este mundo, recién creado;
Y a cuya vista todas las estrellas
Ocultan sus diminutas cabezas;
A ti te llamo, aunque con voz no amiga,
Y evoco tu nombre para decirte,
Cúanto odio, oh sol, tus rayos que me traen
Recuerdos del estado desde donde
Caí, yo que antaño me sentía
Tan glorioso encima de tu esfera,
Hasta que el orgullo y la ambición peor
Me arrojaron al abismo por hacer
Guerra en el Cielo con el sin igual
Rey del Cielo. ¿Y ello para qué?
De mí este trato no se merecía,
Puesto que él fue quien así me creó
En medio de tan preclara eminencia,
Con su bondad a nadie reprochaba
Y estar a su servicio no era duro.
¡Qué menos podía hacerse que ofrecerle
Alabanza, y un tributo tan fácil,
Así como las gracias más cumplidas!
Sin embargo, todo su bien en mí
Se volvia en mal y forjaba malicia;
Encumbrado tan alto desdeñé
La sumisión, y pensé que al ascender
Otro peldaño me convertiría
En el más alto y me descargaría
Al instante de esta infinita deuda
De inmensa gratitud, tan onerosa
Como es la de pagar y seguir
Debiendo todavía; y olvidando
Lo que él recibía, y no entendiendo
Que el alma agradecida a pesar de
Deber, no tiene sensación de deuda,
Y pagando continúa, al tiempo que
Se tiene por deudora y liberada;
¿En dónde estaba, entonces, pues la carga?
Oh, que suerte la mía habría sido
De haberme creado su destino
Poderoso un ángel inferior,
Así permaneciera feliz siempre;
Y nunca la esperanza ilimitada
Habría levantado mi ambición.
Mas ¿Por qué no? alguna otra potestad
Tan grande bien pudo haber sentido
La misma aspiración, y aunque mezquino,
Pudo haberme arrastrado a su partido;
Pero otras potestades tan ilustres
No cedieron, y así permanecieron
Inconmovibles de dentro y fuera,
Armados contra toda tentación.
¿No tenías tu acaso la misma
Voluntad libre y la energía para
Resistir? Tú las tenías. ¿ A quién, pues,
Tienes tú que acusar, o a qué, cuando
El libre amor del Cielo nos trató
A todos por igual? Maldito, entonces,
Sea su amor, puesto que amor u odio,
Resultan para mí dolor eterno.
Mas no; maldito tú, puesto que contra
Su voluntad la tuya libremente
Escogió que tanto ahora lamentas.
¡Miserable de mí!¿Por qué camino
Evitaré la cólera infinita
Y la infinita desesperación?
Dónde quiera que huya es el infierno
Pues yo soy el infierno; y en lo más
Profundo del abismo otro se abre
Más hondo que amenza deborarme,
Comparado con el cual el infierno
Que parezco parece incluso un cielo.
Luego ¡Oh, por fin, apiadate de mí!
¿No hay lugar para el arrepentimiento,
No que ninguno para el perdón?
Ninguno, a no ser con sumisión;
Y el desdén me prohibe esta palabra,
Y también el temor a la verguenza
A la que me veria sometido
Por los espíritus que abajo moran,
A los cuales seduje con promesas
Y alardes de la sumisión distintos,
Blasonando de que sojuzgaría
Al Todopoderoso. ¡Ahi de mí!
Pocos saben lo que me cuesta aquella
Vana jactancia y bajo que interiores
Tormentos gimo; mientras levantado
Me adoran en el trono del infierno,
Ostentando la diadema y el cetro,
Tanto más hondo caigo, sólo soy
Supremo en la desgracia; tal es la
Recompensa que encuentra la ambición.
Mas supuesto que pueda arrepentirme
Y obtener por la gracia mi anterior
Estado, qué pronto mi grandeza
Evocaría altivos pensamientos,
Que en seguida harían desdecirme
De lo jurado en sumisión finjida:
El bienestar desmentiría el voto
Hecho en el sufrimiento como algo
Violento y nulo. Porque nunca puede
Nacer una conciliación genuina
En donde la lesión del mortal odio
Ha penetrado tan profundamente;
Esto me llevaría a una peor
Reincidencia y a más grave caída:
Cara me costaría, pues, la breve
Tregua comprada con doble dolor.
Esto lo sabe bien quien me castiga;
De modo que tal lejos está de él
Concederme la paz como yo estoy
De mendigarla. Así excluida, pues,
Toda esperanza, en vez de meditar
En nosotros, proscritos y exiliados,
Contemplemos al hombre recién creado,
En el que se deleita y para quien
Ha formado este mundo. ¡Adios entonces,
Esperanza, y con ella adiós temor,
Y adiós remordimiento! Todo bien
Para mí se ha perdido; mal, sé tú
Mi bien; al menos por ti compartiré
El dividido imperio con el Rey
De los Cielos, y en más de la mitad
Quizás reinar consiga; como pronto
Sabrán el hombre y este Mundo nuevo.